Un
par de días antes, había recibido una llamada telefónica de un ex compañero y
amigo que vivía fuera del país, invitándome a un almuerzo en Viña del mar. Este
evento se realizaría en la casa de otro ex compañero de Colegio que además
había sido ex compañero de Universidad. Hacía ya bastante tiempo que no nos
veíamos.
Luego
de una serie de malos entendidos con el día del evento, viajamos hacia la
Quinta Región. En el camino, el matrimonio me contó que ya se habían encontrado
con este amigo una semana antes de modo que ya tenía claro el posible panorama
que me esperaría. Más aún, viendo como la señora de mi amigo fumaba casi todo
el rato un cigarrillo tras otro de marihuana. Aunque sin expectativas, iba
dispuesto a pasar un buen rato.
Después
del largo viaje, con algunas demoras por prolongados tacos llegamos a casa del
“Negro”, el cual nos recibió espléndidamente junto a su señora e hijos, todos
adultos.
Comenzamos
con una cerveza y conversación, el anfitrión sacó su clásica receta. Yo hacía
casi una década que no probaba yerba, pero me asaltaba la duda de cómo iba a
reaccionar mi cuerpo, mi persona. No está demás decir que de un tiempo a la
fecha me he sentido muy bien en lo personal, en mi trabajo y en mi vida
familiar. Mi seguridad personal ha estado muy estable, probablemente como un
signo de una madurez que se ha ido alcanzando con el paso de los años y de las
vivencias. En la interacción grupal he estado dentro de lo esperado de modo que
estaba dispuesto a pasar un buen rato.
Acepté
participar en el viejo juego de “la americana” y luego de un par de vueltas, comencé a sentir el efecto
del humo en mi cuerpo. Mis recuerdos en el tema no eran tan gratos, pero aun
así decidí continuar, quizás para no “desentonar”, aunque aclaro que pude haber
dicho que no, pero no lo hice. El conductor disfrutó sólo una copa de vino y
con eso quedó satisfecho.
El
resultado no me gustó, sentí que me fui hacia adentro, como si mirara el
exterior por una ventana muy pequeña, totalmente insuficiente. Al intentar
hablar, no coordinaba las palabras ni las ideas, tartamudeaba, al intentar
caminar iba de tumbo en tumbo y mi mano derecha tiritaba casi con un estilo de
un paciente de Parkinson. Mantuve la calma. Estaba relajado pero me sentía en
desmedro. Mis amigos me invitaron a salir a comprar comestible, pero no me
sentía apto y preferí quedarme en casa hasta que el efecto fuera disminuyendo.
En
algún momento pude acordarme de que anduve con la cámara y fui buscarla muy a
tientas. Al comenzar a filmar, me acerque a la ventana y sentí vértigo: no tuve
el valor de salir al balcón pues temía que perdiera el equilibrio y cayera
cuatro pisos abajo, o peor aún, tomara la decisión de hacerlo por voluntad
propia, pues no estaba en mis cabales y me sentía extremadamente desmejorado.
Mientras
fumábamos surgieron en mí fantasías menores con la señora de compañero, el
dueño de casa, sentí que el gusto había sido mutuo. Mientras los demás salían
de compras, me quedé con ella en casa, no sé si estábamos solos, pero la sentí algo
temerosa. A pesar de que momentos antes se había declarado tácitamente como
apologetas del dejarse llevar, de la libertad y la naturalidad, preferí mantener
en reserva mis fantasías y quedarme a una distancia comunicacional diplomática
con L.M. Supongo que adopté como muchas veces con anterioridad en mi vida mi
máscara diplomática y no intenté siquiera hacer algún “experimento para ver qué
pasa…”, como lo he hecho en incontables ocasiones y que me han llevado a
situaciones de desmejora personal ostensible.
El
efecto de haber fumado yerba me duró casi hasta la semana siguiente. Pero al
menos durante el viaje de vuelta a casa ya me sentí mejor. Una cosa me gustó es
que no había dolor en mi cuerpo.
Al
día siguiente, por la tarde y ya en mi casa salí a trotar un rato, realizando
una rutina aeróbica de desintoxicación de mi cuerpo. Ya para el día siguiente
estaba bastante bien.
Evaluado
la experiencia, me doy cuenta que no deseo repetirla, al menos en bastante
tiempo. Me siento más viejo, más cansado y al hacerla me desmejora aún más.
Hace
diez años atrás el efecto de placer y creatividad me duró diez minutos, para
luego continuar con varias horas de somnolencia; mucho sueño para estar con los
ojos abiertos, y muy despierto para cerrarlos. Esta vez la impresión fue
distinta y algo más dramática, piernas sin mucho equilibrio, necesitar casi de
bastones tipo trekking para caminar por el departamento, tartamudear al hablar,
ni hilvanar ideas, y un notorio temblor en mi mano derecha… incluso con un
sentimiento íntimo de vergüenza.
En algún momento había llegado a pensar que quizás el uso de aquella sustancia iba a poder sentirme mejor de como estaba. No sólo me sentí peor, sino que lisa y llanamente me desmejoré desmedidamente. Diría que es lo más honesto que puedo admitir. Claramente asumo que anduve alejándome de la visión de centro de la circummambulación en mi comportamiento.
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