¡PEPITA
DE HIGO, PEPITA DE HIGO…!
Me
comunicaba con voz melancólica, casi sollozante, mi hijo Ricardo: él era un niño y yo iba montado
en él, mientras gateaba en cuatro patas. Antes de eso, había saludado y
conversado con Manuel Díaz, hermano de Bruny y de los hijos de él, primos de
Ricardo. Los primeros se veían muy contentos mientras que mi hijo no. Incluso
Manuel me convenció que no le mencionara siquiera que lo había visto en sueños.
Luego de rememorar el sueño y, más aún, de escribirlo me sentí
profundamente conmovido, me invadió una profunda pena que incluso me hizo
sollozar. Recordé varias veces en el día el episodio onírico y todas las veces
me sentí con mucha pena.
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