Una de las semidiosas del
Nuevo Olimpo se encontraba enamorada y estaba comprometida con un novio, un
mensajero algo más terrenal. El amor de la pareja era genuino y querían que
dicho compromiso tuviese un correlato carnal.
En mis sueños, una especie de microship visual de
insospechada alta definición a nivel de inconsciente colectivo, observaba la
escena de la semidiosa y su novio. La entrega en la intimidad era absolutamente
obvia. Ya de algún tiempo, me encontraba soñando con la diva en situaciones de
cierta intimidad, pero esta oportunidad que me ofrecía mi inconsciente era
insospechada, incluso diría yo, algo no buscado.
A la mañana siguiente, y con el recuerdo vivo de la imagen
obtenida en sueños, no dudé en observar la ventana al Nuevo Olimpo que
constituía el programa de TV. Se estaba realizando un Festival Musical de
reconocida trayectoria en el país y la semidiosa se había presentado en dicho
programa, aunque en papeles secundarios, al fondo del primer grupo. En una
“descortesía” del director de escena, se realiza un breve “close up” a la diva
y pude evidenciar cansancio y stress desmedido en toda ella, en rostro y cuerpo,
como si no hubiese dormido en toda la noche. Yo había visto algo, y admiraba a
la deidad. Ahora que lo pienso, no sé si
había sufrimiento en mí, más bien había cierta objetividad de un testigo
silencioso y claramente sin enjuiciar la acción.
Por
la noche se realizaría la penúltima jornada artística, que a la postre sería la
última de aquel año, pues al poco rato de finalizar la presentación y la gente
hacer abandono del lugar, se produce un movimiento sísmico de una magnitud tal
que recorrió al país por más de mil kilómetros sembrando una verdadera
catástrofe mundialmente conocida. Mucha gente comenzó a sufrir verdaderamente
algo real. El Festival de la canción, al menos ese año quedó trunco.
De
aquel suceso han pasado varios años y probablemente las réplicas sísmicas
habían dificultado mi motivación a escribir sobre ello.
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