Acabo de dibujar a una de
mis modelos favoritas mirando hacia el horizonte, para sorpresa mía, dicha
imagen evocó un pasado personal ya distante en mi vida. Eran otros tiempos,
eran los 80 viviendo entre Viña y Valparaíso. Eran los últimos años de la que
creía yo, sería la carrera de mi vida. Afuera llovía torrencialmente y yo me
encaminaba hacia el colegio Patmos, mi objetivo era asistir a una clase teórica
de Gestalt con un reconocido psiquiatra, llevaba un par de años preparándome por libros en forma paralela a mis estudios
universitarios. Para mi sorpresa, el expositor referido me preguntó a qué había
ido si había tenido tantas dificultades para llegar, para mi la responsabilidad
es un valor que debo preservar, de modo que a pesar de la lluvia, el compromiso
con su clase para mí era un hecho y debía asistir.
Más adelante, en ese mismo
año inicié un curso de tai chi. El oferente esta vez era un Hippie de Horcón. Dos
meses duraba el entrenamiento en esa técnica china.
Una cosa llevó a la otra y
de algún modo fui encadenando mi vida. Casi sin saber me encontré perfeccionándome
para ser algún día un terapeuta. Era un verano de 1987, había terminado mis
estudios universitarios y “sólo” me faltaba hacer, entregar y aprobar una tesis
para titularme de profesor… Quizás a la larga fue una de las tareas más difíciles
que pude lograr. Los estudios para formarme como terapeuta me había desviado
claramente de mi objetivo inicial y es que me encontré disfrutando de un
ambiente muy distinto, era un curso de desarrollo personal, además varios
amigos los encontré en el mismo ambiente. Pocas veces lo había pasado tan bien
en un lugar, y por todo un mes, por paradojal que parecía, incluso en un estado
de euforia me dí un porrazo que me trajo
como consecuencia una desafortunada bota de yeso. Me había trizado el hueso y cortado los
ligamentos del tobillo. Aun así, pienso que esos tres años han sido por lejos,
los más intensos de mi existencia. Fueron tres veranos y luego todo el año de
orbitar alrededor del mismo sol, la misma gente, y el mismo ambiente.
Durante el año había
comenzado a aprender una técnica de terapia denominada Eutonía y con ella había
adquirido una eficiente herramienta para trabajar ofreciendo talleres de
relajación. Con la Eutonía tuve mis primeras experiencias con grupos propios. Mucha
gente que participó de dichas experiencias salían comentando acerca de las
bondades de la técnica, especialmente en la facilidad para inducir sueño
mientras se relajaban y entraban en contacto consigo mismas. En verdad me sentía
dichosos por aquellos pequeños logros.
Ese paréntesis tuvo una
duración de casi nueve años, que fue exactamente la cantidad de años en que
demoré en llegar a ser profesor. Por el mismo motivo, me era difícil encontrar
trabajo y tuve que viajar a provincia para comenzar a trabajar. Es más, primero
me casé, y estaba por titularme de padre cuando salió por fin el bendito título
universitario.